18 jun 2017

Para algo


Para algo. 


Ángela progresó mucho y ya es capaz de volar con Hassan si el viento no sopla muy fuerte. Laila primero la lanza a ella y después lo lanza a él, vuelan en círculos paralelos, el suyo es más pequeño. Hassan le enseña como sumergirse en las corrientes y cómo adivinar su destino. Hay corrientes tramposas que parecen subir, pero luego bajan a toda velocidad, como aves de presa; entonces es difícil salirse de ellas antes de que te estampen contra el suelo. Hay otras, por lo contrario, que describen parábolas enérgicas y pueden llevarte hacia arriba, muy arriba en el cielo, donde ya no se puede respirar. Las corrientes de aire son como las del mar, más veloces todavía pero igual de imprevisibles. Para adivinarlas, es imprescindible lanzarse a ellas con fruición cuando te reconocen al rozarte. Algunas te llaman y otras te rechazan. Esto es lo que hay que percibir a la hora de optar por la correcta. Ángela asiente, pero no entiende una palabra de lo que le cuenta Hassan. Está demasiado concentrada en mantener las alas abiertas y los brazos pegados al cuerpo. Ve a Leila muy pequeña y a la copa de los árboles, a las torres lúgubres de la antigua cárcel. Sus plumas vibran como pequeñas harmónicas, el viento silba entre ellas. Sonríe a Hassan, las extremidades de sus alas se acercan y se alejan, describen una trayectoria que ahora es una elipsis, un círculo aplastado, un huevo. Siguen un espiral perfecto que les lleva a tierra despacio, como si fueran hojas deslizándose por un tobogán suave e invisible. Aterrizan a la par. Sus alas se quedan abiertas, blancas y verdes, se miran como si nunca se hubieran visto. Dura poco, un parpadeo. Leila llega y los abraza, está llorando “Fue precioso verlos”. Estallan de risa, arman un corillo y los mellizos le cantan en su idioma. Es una canción que celebra a los que tienen alas para algo.

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